domingo, 3 de abril de 2016

Entre pinares, desde Pradoluengo, por la Sierra de la Demanda

 Vista parcial de Pradoluengo, incrustado en el valle

Desde el gran embalse de Urquiza la carretera serpentea en ascenso y aparecen los primeros pueblos de la Sierra de la Demanda, con sus casas de piedra. Pradoluengo, una localidad con gran tradición textil, es la capital de esta comarca. Está situada en un estrecho y profundo valle, al este de la provincia de Burgos y al norte de la Sierra de la Demanda, 

La mañana del sábado santo se presenta animada en la población. Dejo el coche junto a la plaza de toros, edificio en clara decadencia, y me pongo a caminar en suave ascenso.

El itinerario discurre entre los característicos pinares de la Demanda

Aparecen carteles informativos sobre los antiguos batanes, término que recuerda a un episodio del Quijote. Los batanes eran máquinas de madera que se instalaban junto a cauces fluviales. La fuerza del agua los impulsaba y servían para la manipulación de la lana y otros tejidos cuando salían de los telares.

Desde finales del siglo XVI Pradoluengo es un referente en el desarrollo del artesanado y la industria burgalesa. Sus batanes de lana, sus talleres y fábricas de hilados y tejidos surgieron a la vera de un río, el Oropesa,

Los detalles de su historia se resumen aquíLa abundancia de topónimos en lengua vasca, por ejemplo, procede de la repoblación, entre los siglos X y XI, por colonos alaveses y vizcaínos.  Desde el siglo XVI se ha documentado el aprovechamiento del río que atraviesa la villa. Durante siglos el producto principal fue la bayeta. Cuando esta cayó en desuso le siguieron las boinas y las fajas. Más tarde, los calcetines. La crisis actual parece que ha afectado muy negativamente a la actividad textil.


 Restos de nieve en el cortafuegos

En unos minutos me adentro en el interior de un bosque de pino negro, que será ya la tónica en buena parte del recorrido. El bosque sólo se altera por el canto de los pájaros y por el murmullo del viento del suroeste que se desliza entre las copas. A lo lejos se escucha una moto que pronto me adelanta y desaparece de mi vista pero no de mi oído.

De vez en cuando el bosque se aclara ligeramente y pueden contemplarse diversas cumbres de la Sierra, las más elevadas cubiertas por la nieve.

La mañana, que ha empezado neblinosa y una pizca oscura se va aclarando sin prisas,  el sol se asoma con frecuencia entre nubes dispersas y la caminata adquiere ese tono distendido y relajado que aporta el buen tiempo.

San Vicente del Valle

Esta ruta, como la mayoría de las que practico por tierras burgalesas, está perfectamente señalizada, tanto con marcas de pintura como por paneles. Son detalles que siempre se agradecen.

En el collado del Silo, el punto más elevado del trayecto, me detengo un rato. Cuando retomo el camino disfruto de hermosas vistas sobre el valle del río Tirón, con pequeños pueblos diseminados en lontananza, como San Vicente del Valle o Espinosa del Monte. Pequeños núcleos urbanos con alguna ermita presidiendo los alrededores.

El camino permite luego vistas hacia el norte, con los Montes Obarenses como fondo.

Manchas de pinares y de arbolado caducifolio

En este tramo, más abierto al sol, veo mucha procesionaria del pino que en esta temporada desciende de los nidos formando largas hileras, guiadas siempre por una hembra, según me he informado. Debo andar con cuidado para no aplastarlas.

He visto tanta que han despertado mi curiosidad estas orugas, tan peligrosas para los perros, que desarrollan un curioso ciclo vital. Ahora, una vez en tierra, buscarán un lugar donde enterrarse y, al cabo de algún tiempo, en verano, eclosionarán en forma de mariposas, mariposas de vida muy efímera (uno o dos días) que se aparearán y darán comienzo a un nuevo ciclo.

Su hábito de desplazarse en hilera es una medida de autodefensa para proteger sus cabezas, al parecer muy apetecidas por los pájaros que las depredan. Cuando descansan en sus desplazamientos se agrupan en un montón para protegerse.

De nuevo en el bosque, veo dos corzos que salen corriendo con una agilidad pasmosa. Deben tener un oído extraordinario pues han detectado mis pasos a gran distancia.

El último tramo se complica un poco debido a que el terreno, que ha debido ser objeto de alguna tala, está muy embarrado y las señales han desaparecido.

Desde lo alto se disfruta una bella panorámica de Pradoluengo, con las cumbres nevadas al fondo.

La iglesia y el templete

Aún me detengo en el cementerio, cubierto de un césped muy cuidado.  Siempre que tengo oportunidad visito los camposantos. Sigo la consigna de Ernest Jünger. Para conocer a un pueblo, decía el alemán, hay que visitar los mercados y los cementerios.

Me detengo frente a un panteón donde aparece la fotografía de una bella adolescente y leo su hermoso y conmovedor epitafio: "Crezca en la Tierra la alegría que tú nos has dado."

Cuando llego a la plaza de la localidad ya han pasado las tres de la tarde. Los vecinos y visitantes empiezan a recogerse tras los aperitivos y yo me acomodo en un banco junto a una fuente para dar cuenta de mi comida. Luego me tomo un café en una agradable terraza soleada, junto al templete de la música, antes de seguir hasta mi próximo destino, la localidad de Pineda de la Sierra, a unos veinte kilómetros, donde hay una iglesia románica que no me quiero perder.