lunes, 21 de septiembre de 2015

Majadas, dólmenes y el embalse de Lareo en el parque de Aralar


La mañana de setiembre sale despejada pero muy fresca. El termómetro del coche marca cinco grados. Hay niebla en los últimos kilómetros de la autovía. Me distraigo y equivoco la salida, lo que me sirve para atravesar Arbizu. La calle principal, por la que pasa la carretera, es de gran belleza, con casas nobles y proliferación de flores rojizas. Una estrecha carretera, que recorre el extremo sur del parque natural de Aralar, me deja en el alto de Lizarrusti, donde hay un centro de interpretación que está cerrado.

El túnel de Akerreta excavado en la roca
El camino hacia el embalse de Lareo discurre primero por bosque y luego se estrecha entre una gran pared rocosa y un barranco. Por el fondo de éste se escucha el rumor potente de un arroyo. El túnel de Akerreta, oradado en la roca, resulta ser muy corto. Después de un paraje por donde atraviesa el arroyo, presidido por una gran roca abierta en canal, se pasa por una dolina donde pastan un par de vacas. Pronto se alcanza una pista asfaltada que conduce hasta el embalse.
La pista que circunvala el embalse de Lareo


Embalse de Lareo

El agua surge como una sorpresa, el espacio se abre y aparece un gran fragmento de cielo con apenas dos trazos de nubes blancas. Una pista de tierra lo rodea. El agua, en perfecta quietud, refleja los montes y se tiñe de verde. Llevo hora y media caminando y sólo me he cruzado con dos hombres. Es la hora de comer algo de fruta. Me detengo junto al camino, al solecito. Ni siquiera me siento. Luego entro en el bosque de nuevo. Hace frío aquí. El camino parece el cauce seco de un río. Está lleno de piedras de todos los tamaños. En cuanto salgo a una zona más despejada todo cambia. De nuevo el sol. El camino se convierte en una senda que trepa suavemente. Alcanzo el primer recinto para el ganado, con su abrevadero. Arriba se divisan las primeras cumbres perfiladas en el horizonte. A mi derecha la cima es rocosa y llana. Hacia ella me dirijo. A media altura aparecen las majadas de pastores, con sus bordas y casetas, los abrevaderos, algunos árboles para dar sombra. Los caminos de tierra se pierden en la lejanía, se dibujan bosquetes de diversas especies.

Caminos de tierra que incitan a perderse

El espino blanco, bien cargado de bayas rojas


Perfiles montañosos hacia el oeste y bosque de coníferas
Cumbreo un rato por pereza de bajar y que luego haya que subir. Circulo entre majuelos por senderitos abiertos por las ovejas. Me dirijo hacia el dolmen de Jentilarri, el más famoso y popular de estas sierras. Cuando llegue a mi objetivo iniciaré el regreso. Caminar por la altura, bañado por la brisa y el sol, desparramando la vista a derecha e izquierda, es reconfortante. Aquí y allá destacan los puntos blancos del ganado lanar. Se escuchan las esquirlas de vacas y caballos. Todas estas laderas sirven para alimentar al ganado durante la temporada veraniega, es decir, desde mayo hasta final de octubre. Luego hay que buscar lugares menos expuestos.
El dolmen de Jentilarri, al pie de un camino ancho, es uno de los más complejos que he visto. Consta de dieciseis piezas, de las que seis sirven de apoyo a la gran piedra de cubierta, que tiene forma de punta de flecha y apunta hacia el sur. Se calcula que tiene unos cuatro mil años. Hay bastantes por la zona, siguiendo este mismo camino, pero son de menor importancia. Descanso un rato sentado en una de las pìedras.


El dolmen de Jentilarri

En la majada de Oidui

Pequeña construcción en una majada
Durante el retorno atravieso varias majadas, las de Oidui y Enirio. En la primera, una manada de yeguas y potros se ha puesto al galope por una ladera. Le sigue un grupo de vacas con sus terneros. Luego saludo a un hombre con dos perros. Debe ser el pastor que anda moviendo los rebaños. Suelo ver restos óseos, sobre todo de cabezas de ovejas. Hoy veo, además de un par de cabezas, un esqueleto casi completo. Lo que no veo son buitres. Sólo de vez en cuando escucho los chillidos de cuervos, aunque quizá no sean cuervos sino algún pariente.
Junto a una chabola que tiene antena de televisión me despisto y cojo una senda fangosa y equivocada. De pronto me encuentro frente a una vaca y su ternero que me mira tan sorprendida como yo le miro a ella. Los dos no cabemos y ambos nos echamos a un lado. Pero la vaca no pasa, así que, con precaución, paso yo.



Chabolas en la majada de Enirio

Agua incolora, inodora e insípida, agua de fuente de montaña, con su recipiente para servirse

Cuesta abajo alcanzo de nuevo el embalse, esta vez por el otro lado. En un lateral encuentro un nuevo dolmen, el de Lareo. Un grupo de árboles circunvalan el montículo. No hay piedra de cubierta en esta ocasión, sino una piedra testigo de mayor tamaño que el resto. Hago unas fotos y lo rodeo, lo que ya se ha convertido en un pequeño rito. En el embalse aparece un puente de madera muy original, que recuerda vagamente a una herramienta de cesta-punta. Lo atravieso y luego bajo al embalse. Busco un lugar al sol y me siento a comer. Pero han aparecido muchas nubes que tapan el sol durante media hora. Empiezo a descargar mi mochila y, desde las ramas altas del árbol más próximo empieza a piar un pajarillo. Apenas consigo verlo. Parece muy pequeño. Pía aquí y allá durante mi estancia. Le dejo unos trocitos de manzana antes de irme. Me hubiera gustado tumbarme un rato pero el lugar no es muy propicio y ando escaso de tiempo. A la vuelta, quiero detenerme en Ataún y visitar el Museo dedicado al padre Barandiarán.


El dolmen de Lareo, junto al embalse

Hacia el año 77 tuve la suerte de asistir en Pamplona a un curso de antropología vasca que impartía José Miguel Barandiarán. Las clases de aquel hombre, ya un anciano, eran fascinantes por su amenidad y erudición. Con su sotana y su chapela aquel hombre serio y dulce no parecía de este mundo. Pero encuentro el museo cerrado. Sólo abre hasta las dos de la tarde. Pensaba visitar la iglesia y el cementerio, pero ya no me da tiempo.

El museo dedicado al antropólogo José Miguel Barandiarán en Ataun, ubicado en un viejo molino