domingo, 6 de noviembre de 2011

Thomas Bernhard en Torremolinos


Poco se sabe de la estancia del escritor Tomás Bernhard en Torremolinos. Ocurrió a finales de 1988, pocas semanas antes de su fallecimiento, que acaeció el 12 de febrero de 1989, en su país natal. La única certeza es que se alojó en el hotel La Barracuda, catalogado con tres estrellas y situado al pie de la playa Los Pacos, en Torremolinos.

Según relata su traductor y biógrafo Miguel Sáenz, había sufrido un ataque cardíaco y, una vez más, buscó la costa española para reponerse. Quiere un hotel donde los periodistas le dejen tranquilo. España y, en concreto, Mallorca, era uno de sus países preferidos para sus continuos viajes.

Viene aquí acompañado por su hermanastra Susanne Kuhn. Con ella realiza su última excursión, que tuvo a Gibraltar como destino. "Era un hombre tranquilo, serio, con cierta distinción natural. Pálido, aunque sin aspecto de enfermo, y bien vestido", señala un testimonio recogido por Sáenz.

Pregunto en la recepción del hotel, por si encuentro algo parecido al homenaje que el hotel rondeño Reina Victoria le dedica a Rilke, pero ni Bernhard es Rilke ni La Barracuda es el Reina Victoria. No hay nada, ni siquiera una factura firmada. Puede que pagara con tarjeta. Sólo me dicen que debió ocupar una de las habitaciones con vistas al mar.

Ya que no tengo texto me decanto por el contexto y me doy una vuelta por las instalaciones para hacerme una idea del ambiente. Hay un jardín con piscina donde se bañan algunos niños mientras sus padres toman el sol tumbados en hamacas o degustan un aperitivo bajo una sombrilla de mimbres. En los pasillos he visto unos carteles, redactados en varios idiomas, en los que se advierte que está prohibido consumir comidas o bebidas que procedan del exterior del hotel. Desisto de tomar un café en el bar, situado junto al jardín, porque no aparece ningún camarero y casi prefiero salir al paseo marítimo para seguir captando ambiente.

En el cielo azul luce un sol radiante, sopla una brisa muy agradable y se ven dos o tres pequeños barcos que realizan labores de pesca mientras las gaviotas sobrevuelan. Al mediodía y pese a lo avanzado de la temporada hay gente tumbada en la playa –algunos incluso se dan un baño. El paseo marítimo es un incesante tráfago de turistas y de playeros, veteranos extranjeros en su mayor parte, ataviados con prendas coloreadas y más o menos extravagantes como corresponde al género guiri de vacaciones en el sur.

Esta zona al sur de Torremolinos es un fragmento de un paisaje que se repite a lo largo de toda la Costa del Sol: playas kilométricas, chiringuitos, edificios de hoteles y de apartamentos, bares, cafeterías, tiendas de todo tipo. La playa de Los Pacos presenta un aspecto limpio y cuidado. Está dotada de unos servicios que llaman la atención por su buen estado, hay banco metálicos para descansar y contemplar el paisanaje, los chiringuitos de la playa son muy sofisticados y cada pocos metros hay negros que venden bolsos y otros productos similares, probablemente de marcas falsificadas.

Como es habitual en los lugares frecuentados por extranjeros los precios están bien a la vista. Se diría que estos visitantes pasan la mayor parte de su tiempo leyendo los carteles con las tarifas para comparar y luego elegir. Así tenemos la siguiente oferta económica: hamaca, más bebida, más fruta por 5 euros. Si en lugar de hamaca preferimos una cama (¿) el precio asciende hasta los 30 euros.

El jardín de La Barracuda llega casi hasta la arena. Enfrente hay un chiringuito blanco, con un interior que dispone de reservados de estilo morisco. Está atendido por una camarera guapa y amable. No, me digo, este chiringuito no es probable que existiera en tiempos de Bernhard. Mucho menos la camarera.

En resumen, el ambiente es lo menos bernhardiano que pueda uno imaginarse. Sin embargo es el lugar y el hotel adecuado para pasar desapercibido, en medio de gentes que ignoraban por completo quién podía ser ese señor tan discreto. Un lugar que te permite estar perfectamente solo y, a la vez, no sentirte demasiado solo, con la ventaja de disponer al alcance del bolsillo todo aquello que se te pueda antojar.